REFLEXIÓN SOBRE LA SALUD MENTAL Y EL ARTICULO “ESPAÑA, EN TERAPIA” DE PATRICIA GOSÁLVEZ (1)











Autora: Andrea Cardona Aguilar.

Cuando hablamos de salud mental nos encontramos delante de un concepto difuso que no sólo es difícil, si es que no imposible, de definir en su totalidad, sino que también conlleva una conceptualización que depende del planteamiento de salud mental, la disciplina, el contexto social, la sociedad y la cultura vigente de un momento histórico dado. En este sentido, debido a la naturaleza polisémica y colectiva del concepto salud mental, es un término que ha ido adquiriendo diferentes significados que aquí explicaremos agrupándolos en dos grupos principales.

Por un lado, estaría la perspectiva que entiende la salud mental como la normalización o adaptación al entorno del sujeto que, en consecuencia, describe al individuo mentalmente sano en términos de utilidad y eficiencia para su comunidad. Entre las corrientes que adoptan este enfoque más funcionalista, nos encontramos la psiquiatría, las terapias conductuales, las cognitivas, las cognitivo conductuales y la psicología positiva. En esta misma línea, la última definición que propone la OMS para la salud mental es la siguiente: “La salud mental es un estado de bienestar en el que la persona realiza sus capacidades y es capaz de hacer frente al estrés normal de la vida, de trabajar de forma productiva y de contribuir a su comunidad. En este sentido positivo, la salud mental es el fundamento del bienestar individual y del funcionamiento eficaz de la comunidad.” No ha de sorprendernos que este enfoque sea hoy en día el que impera a nivel sociopolítico pues, al fin y al cabo, sea desde la psiquiatría-médica, buscando la homeostasis del individuo, o desde las terapias cognitivo-conductuales modificando esquemas, lo que buscan es la modificación, o más bien, la corrección del individuo, para que una vez normalizado según los criterios del entorno, pueda adaptarse y ser funcional. Y si esto no fuera ya una tarea suficientemente difícil de sostener para el individuo, con la llegada de la psicología positiva, se le añade a esta adaptación la expectativa de que esta debe venir acompañada de una felicidad libre de malestar que parece ser entendida como un logro en sí misma, estática y alcanzable, mediante una supuesta fórmula mágica.

Como vemos, desde esta perspectiva, la salud mental del individuo queda reducida a ser o no funcional en su entorno, dando lugar una definición del concepto que podría ser medida por el mismo instrumento que viene dado por la ciencia y la medicina: la psicometría. Hoy en día, en todo caso en España, los criterios de normalidad psicológica se rigen por los estadísticos, en los cuales se considera patológico todo aquello que no resulte frecuente según la distribución de la población o grupo social al que se pertenece. Por lo tanto, lo normal y lo patológico se podrían entender como los extremos de un continuo cuantitativo.  Sin embargo, sobre todo en lo que se refiere a la salud mental, se ha hecho un salto a lo cualitativo con la aparición de los trastornos mentales y sus clasificaciones categóricas como el DSM o la CIE. Desde este enfoque, es desde el cual podemos leer y entender cómo en el artículo “España en terapia” (publicado en El País en 2021) mide, define e ilustra la salud mental. En este artículo se nos presenta un conjunto de datos epidemiológicos de los trastornos mentales que se consideran más prevalentes en la actualidad debido sobre todo a la pandemia mundial de Covid 19. Seguidamente, nos ilustran dichos trastornos y una problemática matrimonial, con siete casos reales que son explicados por los terapeutas o psiquiatras que los han tratado.  La impresión que nos dio al leer este artículo es que, si al hablar de una ausencia de salud mental en España se nos presentan casos de trastornos mentales muy graves, por contraposición, la salud mental es y se consigue, con la ausencia de estos. Pero nosotras nos preguntamos, ¿Dónde quedan entonces todos los conflictos y otras muchas razones y condiciones vitales que puede padecer el individuo y generarle malestar, sin que por ello padezca un trastorno mental?  Suponiendo que el objetivo de este artículo era hacer una promoción de la salud mental y aumentar su visibilidad, o el reducir el miedo y el tabú que lamentablemente siguen vigentes en torno a ir al psicólogo, ¿Podríamos considerar que este artículo tiene el efecto completamente contrario? Limitando la salud mental a datos estadísticos y categorías mentales casi exclusivamente graves, se refuerza la idea en el individuo que hasta que uno ya no puede aguantar más, es decir, hasta que uno ya no pueda seguir siendo funcional en su entorno, no hace falta ir al psicólogo. Y que, además, la razón por la cual se acude al psicólogo es exclusivamente muy grave. En este sentido, este tipo de artículos podría tener dos efectos en la población respecto a la salud mental y la psicología sumamente graves y muy alejados de sus supuestos objetivos. Por un lado, lejos de visibilizar la salud mental, se limita su definición a una sintomatología muy grave, que invisibiliza a ojos del individuo, muchas otras razones por las cuales su bienestar y su salud mental podría verse alterada. Y por otro, y como consecuencia de la primera, se manda al mensaje a la población de que sea cual sea su razón de malestar, mientras pueda funcionar y no sea “suficientemente grave” para adquirir un código diagnóstico, no es necesario pedir ayuda pues el psicólogo nada tiene que ofrecer al respecto. Esta manera de comprender la salud mental, conlleva que los individuos, en vez de hacerse cargo de su malestar o posibles conflictos o problemáticas vitales, se alienen de ellos en nombre de su adaptación al entorno cronificando así en realidad una baja salud mental de una población que estando al límite, dada una situación de estrés como la que ha sido una pandemia mundial, da lugar a una oleada y aumento crítico de trastornos mentales que, habiéndose gestado durante años en el malestar invisible de las personas, ahora sí, es suficientemente grave para adjudicarle una categoría diagnóstica y, por ende, ser visto. Llegados a este punto, incluso podríamos reflexionar sobre el hecho de que se le está poniendo nombre, signos, síntomas y un umbral al malestar, según el cual existiría y requeriría atención. Pero ¿El malestar no se define en sí mismo como subjetivo, y, en consecuencia, no objetivable y menos en términos universales? Nos preguntamos, ¿No son suficientemente difíciles y complicados los retos y dilemas que conlleva la vida, los conflictos con uno mismo y los otros, para no otorgarles la importancia y atención que requieren? ¿No son estos últimos, factores de la salud mental y causa suficiente para pedir ayuda profesional?

Estas últimas preguntas, nos lleva a hablar de la segunda conceptualización de salud mental que, en contraposición a la primera, definen la salud mental en términos de cómo Foucault describió “el cuidado de sí”. Este último concepto se entiende como un conjunto de prácticas mediante las cuales un individuo establece cierta relación consigo mismo y en esta relación se construye como sujeto de sus propias acciones. Este proceso de subjetivación, proceso mediante el que cada uno se autoconstruye y se autoconduce, se enmarca en el transcurso histórico donde se produce la experiencia, que lejos de ignorar el contexto y el entorno, se entiende como ético (entendida como ética clásica) en sí mismo, al implicar relaciones con los otros y el entorno en la medida que vuelve capaz al individuo de ocupar en la ciudad, en la comunidad o en las relaciones interindividuales, el lugar que le conviene. En esta misma línea encontramos también el psicoanálisis, en el cual Freud estableció el conflicto intrapsíquico y la neurosis como parte de la condición humana. En consecuencia, hablar en términos de trastorno mental se vuelve irrelevante, pues la salud mental se definiría en un continuo en el cual la línea que separa el individuo enfermo del sano se difumina. Al igual que Foucault, Freud también propone que el reto de la salud mental es ético, entendido como la búsqueda de cada individuo de saber vivir, hacerse cargo de sus actos y propias vivencias. Desde este paradigma, e influida por la corriente psicodinámica, en el siglo XX la OMS definía la salud mental como “una síntesis satisfactoria de los propios instintos potencialmente conflictivos, establecer y mantener relaciones armónicas con los demás y la posibilidad de modificar el ambiente físico y social”. En esta definición, es interesante apreciar como la relación del individuo con el entorno es un elemento más, sin ser el principal ni el central, de la salud mental. Es más, enfaticemos el hecho de que nos habla de que la salud mental seria esta integración entre los distintos elementos que conforman la vida de los individuos, que estos mismos pueden presentarse como un obstáculo para la adaptación y la eficiencia en el entorno, pero que por ello no por hay que eliminarlos o ignorarlos, sino todo lo contrario, darles lugar y a atención suficiente para poder integrarlos.

Entendiendo de esta forma la salud mental, sin tener que llegar a hablar de los trastornos mentales o patologías categóricas, es claro que no son pocos ni tarea fácil los elementos que al final conforman la vida, ni el malestar que podrían generar a las personas. Comprender la salud mental y divulgarla en este sentido, no sólo conllevaría una acción de prevención a lo que ahora hemos categorizado como trastornos mentales graves, que al final podrían entenderse como la expresión más grave de dichos conflictos vitales, sino que, además, no se limitaría la comprensión del malestar como algo del orden de lo patológico, sino de la condición humana. Una visión en la cual el malestar no es un algo que erradicar o suprimir sistemáticamente, sino un aspecto más con el cual saber vivir.

Son muchas las otras corrientes psicológicas que han conceptualizado la salud mental de diferentes maneras. En la misma línea de esta última conceptualización de la salud mental, encontraríamos las psicoterapias humanistas o transpersonales que dan un paso más allá, y dotan a la transformación del individuo y su espiritualidad, de un peso muy importante en la salud mental.  Y también podríamos nombrar la psicología social y antipsiquiatría quienes ponen el énfasis en el entorno, defendiendo así que el foco no es la adaptación del individuo, sino las condiciones alienantes que conlleva el contexto y que enferman al individuo. Hay que tener en cuenta que hoy en día vivimos en una sociedad en la cual la adaptación a ella se ha vuelto cada vez más complicada, cambiante y muy exigente. Recurriendo al concepto de vida líquida de Zygmund Bauman, hoy en día nos encontramos ante un estilo de vida precario y vivido en condiciones de constante incertidumbre en comparación con las estructuras fijas del pasado. Nos encontramos ante una sociedad moderna líquida en la que las condiciones de actuación de sus miembros cambian antes de que las formas puedan consolidarse en unos hábitos y en una rutina determinada. Los individuos viven angustiados por poder seguir el ritmo de unos acontecimientos que se mueven con una rapidez vertiginosa, a lo que se le añade que todo esto ocurre en un entorno dirigido por una sociedad de consumo y de carácter empresarial donde el ser humano ha dejado de tener valor "humano" para pasar a ser un simple objeto de producción y/o consumo. Vistas las condiciones tan dañinas que conforman nuestra sociedad, ¿tiene sentido definir la salud mental como la capacidad de adaptarse al entorno? ¿Qué estamos promoviendo, la salud mental de los individuos o, por lo contrario, un entorno dañino para esta? Nos encontramos ante preguntas complejas y difíciles de responder pues, esta misma sociedad que destruye la salud mental de las personas, no tiene piedad con aquellas que no entran en el juego. Basta con echar un vistazo a las desigualdades sociales, que cada vez son mayores, y a las que cada vez más se les da más la espalda.

 Llegados a este punto, queda claro que nos encontramos delante de un concepto que no sólo tiene una multitud de definiciones según la disciplina o modelo que la conceptualice, sino que también se ve muy influida por el contexto y el marco sociopolítico del momento histórico. En esta dirección, cabe destacar que no debe extrañarnos que esta última conceptualización de la salud mental más humanista no sea la imperante. En ella, parte de la salud mental vendría dada por la liberación del individuo de los mandatos sociales y su alienación, promoviendo así una mayor conciencia del sí mismo, para entonces poder volver y ocupar un lugar en la sociedad de forma más coherente y congruente consigo mismo. ¿Pero es un objetivo que interese al sistema sociopolítico actual? Podría parecer, tal y como hemos comentado con anterioridad, que no. Podemos observar que el término de salud mental es un concepto ampliamente utilizado para nombrar políticas públicas, proyectos de salud y de educación, campañas de visibilización, pero, al fin y al cabo, ¿qué se está intentando promover?  ¿Cuál es el objetivo de dichas acciones que se toman en nombre de un concepto que en muchas ocasiones no hay ni un consenso en torno a su significado? Quizá nos encontramos delante un concepto que se ha vuelto más un medio que un fin en sí mismo, y que, por ende, tampoco interesa que se defina a nivel teórico.

Volviendo al artículo de “España en terapia”, más allá de presentarnos un conjunto de datos estadísticos, describirnos unos cuantos testimonios y nombrar el concepto de salud mental, ¿Se explica en alguna parte a que nos estamos refiriendo concretamente? ¿Qué es exactamente lo que se intenta promover en la población? ¿Que se intenta visibilizar o modificar? ¿Se tiene verdaderamente, una intención de educar en salud mental?

Es interesante reflexionar sobre el hecho de que función ha podido adquirir el concepto de salud mental en el marco sociopolítico, que quizá en vez de promover la salud mental realmente, se ha transformado en una estrategia política con la cual el mensaje que se quiere promover mediante el concepto es “nos estamos ocupando”, sin tener un interés genuino por comprender, definir y promover la salud mental de las personas. Estas incongruencias en torno a la salud mental como término muy recurrido, pero a la vez, sin definir y sin objetivos claros, pueden observarse en la política actual de España. En primer lugar, destacar que partimos de que en España tenemos 6 psicólogos por 100 mil habitantes y que ha tenido que llegar una pandemia mundial para que el gobierno español actualice por primera vez desde 2009 la estrategia que se lleva implementando en cuanto a la salud mental. Y, que una vez han toman medidas, no sólo se plantea un Plan de Acción de Salud Mental para cuatro años financiado tan sólo con 100 millones de euros, una cifra muy insuficiente según los profesionales de la salud mental y las carencias que presenta España, sino que además, los propios profesionales, como por ejemplo, la presidenta de la Fundación Española de Psiquiatría y Salud mental, han transmitido su preocupación en cuanto a la confusión y el desacuerdo que hay en torno a la conceptualización de salud mental con la cual ha tratado el congreso a la hora de tomar estas decisiones.

 Ahora bien, vistas las dificultades a la hora de conceptualizar la salud mental, nos preguntamos, ¿Puede realmente la salud mental delimitarse en una sola definición? ¿Y podría entonces ser medida de forma adecuada? Teniendo en cuenta que hablamos de un concepto que al definirlo no podemos describirlo en sí mismo, sino que su definición se basa en lo que se refleja cuando está presente o ausente, ya nos encontramos con una limitación muy sustancial. Esto nos lleva al siguiente punto que es, si no es observable en sí mismo, tampoco es objetivable.  Esta última limitación se ha intentado superar, como hemos visto con anterioridad, desde visiones más psiquiátricas o funcionalistas, que, al reducir la salud mental a la ausencia o presencia de ciertos criterios o comportamientos, o incluso, a ciertos signos fisiológicos, se vuelve, en realidad de forma ilusoria, un concepto medible. Pero al final, y es el punto que consideramos más importante, es que la salud mental está teñida de subjetividad. Es un concepto que siempre incluirá algo del orden de lo experiencial del sujeto, un aspecto que siempre se escapará a una medición rigurosa y aún más a cualquier medición o parámetros que aspiren a ser universales. Quizá en vez de buscar una definición que pretenda explicar en su totalidad a la salud mental, si es que eso es posible, un buen comienzo podría ser un acto de escucha al individuo, una escucha genuina, con la intención de esclarecer cómo realmente podemos contribuir al bienestar de una población que, si bien no está claro que entendemos como salud mental, necesita nuestra ayuda.

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[1] Artículo en El País: https://elpais.com/sociedad/2021-11-14/espana-una-semana-en-terapia.html

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